“Si quieres conocer a alguien, dale poder”

Cuántas veces se escribió en esta columna que la situación en el llamado Medio Oriente, particularmente la que libran el actual Gobierno de Israel y el grupo Hamas, hacía depender la estabilidad política de sus circunstanciales líderes del mantenimiento -o el aumento- de la violencia.

Cuando el Presidente Donald Trump presentó sus veinte puntos en una conferencia de prensa junto al líder israelí, Benjamín Netanyahu, las caras hablaban por sí mismas. Ni bien abandonó la Casa Blanca, buscó que le preguntaran por uno de los puntos del Plan de Trump, el que habla de “Autodeterminación del Pueblo Palestino”, a lo que respondió: “hablar de un Estado palestino es darle un premio al terrorismo”. Punto. Cerró las puertas a un Estado palestino, algo que su Ministro de Finanzas, Belzalel Smotrich, ya había advertido pocas horas antes.

Luego de la reunión en Sharm-el-Sheij (Egipto), Trump presionó fuerte a Israel para que cumpla su parte del acuerdo; hay que reconocer que las primeras 48 horas posteriores a la firma cesó los bombardeos. Hamas, por su parte, entregó a los 20 rehenes vivos y algunos cuerpos de los fallecidos. Pero cuando Israel acusó a Hamas de no cumplir su parte del acuerdo al no devolver todos los cuerpos restantes, reanudó los bombardeos y cerró las fronteras para el ingreso de ayuda humanitaria.

Sorpresivamente, Trump avaló a Hamas al advertirle a Netanyahu que los argumentos del grupo islamista eran creíbles; Hamas sostiene que muchos de los cuerpos de los fallecidos están bajo los escombros de Gaza porque murieron tras los bombardeos de Israel, y que hace falta maquinaria y tiempo para identificarlos. Ante la fuerte presión de Washington, Netanyahu aflojó su posición y comenzó a retirar unos kilómetros hacia territorio israelí a sus fuerzas. Pero mientras planteaba ese “retiro parcial” como cumplimiento de su parte del acuerdo, en la Knesset (Parlamento) se aprobó la primera lectura de un proyecto de uno de los partidos religiosos que conforman la coalición oficialista israelí de “anexionar Cisjordania”. La votación salí 25 a favor, 24 en contra (el Likud, el partido de Netanyahu), y 71 abstenciones. Trump tronó. Rubio habló de “desagrado” y Vance de “traición”.

Tal vez por ello, y temiendo que la extrema derecha que representan Shas, Poder Judío y Judaísmo Unido de la Torah en su Gabinete, Netanyahu camina en una delicada línea entre apaciguar a sus “halcones” y evitar confrontar con Trump, de quien soportó una fuerte advertencia en la última reunión bilateral que tuvieron. Según testigos, le advirtió que “soy el único amigo y aliado que te queda. Nadie te apoya en el mundo. Más te vale cumplir”.

Pero Hamas tampoco ayuda. Dos de los puntos del Plan de Trump exigen el desarme del grupo y la renuncia a la violencia, así como el abandono del poder en la Franja. A la última de las exigencias, probablemente la cumplan; pero como se asiste a trampas, agachadas y traiciones, dejan el cumplimiento de dicho punto a que la administración de la Franja está “en manos de palestinos, previa reestructuración de la Autoridad Nacional Palestina”, lo que no aceptan Israel ni Estados Unidos.

Sobre el desarme, Hamas exige la “retirada total de Israel de la Franja”, a lo que Netanyahu responde que “no lo harán mientras Hamas siga constituyendo una amenaza para la existencia del Estado de Israel. Asimismo, el mismo Netanyahu tiene límites ostensibles: si quisiera cumplir con el compromiso de retirar sus fuerzas, su coalición de Gobierno estallaría por el aire. Por ello, su promesa fue “retirar las tropas hasta una línea junto al borde limítrofe con Israel, pero dentro de la Franja”. Eso, de por sí, no es aceptable para Hamas.

Todo parecería estar indicando que, lamentablemente, a Hamas y al actual Gobierno israelí la paz no les conviene; el cese de la irracionalidad de las armas implicaría presumiblemente cuestionamientos internos, cambios en los liderazgos y, mucho es de temer, más violencia.

Se cumplen 80 años de la ONU; los mismos Estados que la atacan son los que le impidieron cumplir con sus muy altos principios y propósitos en las últimas décadas. Qué bueno sería que, antes de hablar para la prensa buscando reconocimientos internacionales, algunos Gobiernos decidieran que la Paz, con mayúsculas, es la única posibilidad de alcanzar metas de desarrollo y mejoras en la calidad de vida.

Sin Paz, por más lógica capitalista que desde los principales órganos internacionales quieran exigir, sólo podrá hablarse de sobrevivencia, no de vida. Parece que es lo mismo a lo que se arriesgan los Gobiernos y los liderazgos irregulares que necesitan seguir apostando a la muerte y al dolor para mantenerse impunes en el poder.

Alguien alguna vez dijo: “si quieres conocer a alguien, dale poder”.

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