
La semana pasada el mundo se sorprendió con un nuevo conejo que Donald Trump sacó de la galera: propuso sus 28 puntos para “terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania”, lo que había constituido una de sus promesas electorales…sólo que había dicho que lo lograría en 24 horas.
Leer y escuchar a Donald Trump es un verdadero ejercicio de paciencia. Dice algo a la mañana sobre subir aranceles, con el desayuno; a media mañana cambia lo que pensaba y agrega sanciones; con el almuerzo se endurece aún más; a la siesta plantea diálogos y a la hora de la cena alega que “habló con la otra parte y encontré a seres humanos extraordinarios”.
Es lo que sucedió con Vladimir Putin. De haberlo acusado de entrometerse en las elecciones de los Estados Unidos, a ser aliado de China y amenazar a la seguridad europea -además de haber “iniciado una guerra” e imponerle sanciones-, lo invitó a una reunión en Alaska, en la que le puso alfombra roja y lo “blanqueó” ante los principales líderes del mundo.

Pero lo más llamativo de todo es que luego de cada reunión entre Trump y Putin, el norteamericano cambia totalmente sus argumentos y sus discursos; es más, luego de la última llamada de prolongada duración entre ambos, Trump directamente salió a “advertirle” a Zelenski que “la llave de la paz estaba en sus manos”. Traduciéndolo, debía ceder TODOS los territorios bajo reclamo u ocupación rusos.
Y luego de varios días, Trump finalmente hizo conocer sus 28 puntos: lo más importante de ellos es que se ha transformado directamente en el negociador de Putin ante Zelenski y la Unión Europea. ¿En qué consistiría el “acuerdo de paz” propuesto por Trump? Se confirma la “soberanía de Ucrania” en todos los espacios no ocupados actualmente por Rusia; se firmará un “pacto de paz” como garantía de que Rusia no atacará a ninguno de los países linderos con Ucrania; Ucrania deberá garantizar constitucionalmente que no buscará ingresar a la OTAN, y esta Organización establecerá en su Estatuto que no buscará continuar expandiéndose hacia Oriente; Ucrania garantizará que su ejército no superará los 600 mil soldados, y Europa se compromete a no “poner soldados en territorio ucraniano”; se financiará la reconstrucción de Ucrania con un fondo que surgirá en un 50% de dineros rusos congelados y el resto de aportes europeos; EEUU garantizará una “seguridad adicional” a Ucrania, la que estará a cargo esencialmente de Europa; y bajo una sugestiva frase como “se concluirán todas las cuestiones territoriales de los últimos 30 años”, se espera que se garantice que Crimea y el Donbas quedarán en manos rusas.

Como puede verse, una vez más se comprobó que Trump es una personalidad que se deslumbra ante líderes fuertes. Así, ya bajó los aranceles a China, habla de volver a reunirse con el líder norcoreano, cuando Lula le plantó cara el republicano aflojó, y solamente se pone duro con quienes bajan la mirada, especialmente la Unión Europea y ciertos líderes latinoamericanos.
Sobre Vladimir Putin, puede decirse sin errores que desde un primer momento supo que Washington iba a abandonar Europa a su suerte; se empezó a ver cuando desde la OTAN se forzó al continente a aumentar sus presupuestos en defensa -punto previo a ir abandonando las posiciones norteamericanas allí-, y adoptar posiciones duras con Ucrania, férreamente defendida por la UE, donde quedaba más que claro que en realidad Trump les estaba haciendo pagar caro el hecho de haber sustituido a EEUU por China como el principal socio comercial.

Nada nuevo hay bajo el sol; Estados Unidos busca mejorar su posición comercial ante el mundo y dentro de él, pero cambiaron las circunstancias globales que había durante su anterior mandato. Hoy, utiliza un “mix” de amenazas militares, bravatas políticas y sanciones comerciales para ir doblegando gobiernos (aunque algunos de ellos no necesitan más que una mirada de Trump para ceder absolutamente en todo).
Frente a todo lo que antecede, que quede claro que así como Ucrania fue “entregada” por Trump a favor de Rusia por un enorme enojo con la Unión Europea, la supuesta “ayuda” a países como Argentina no lo son por convicción sino porque el país del Sur aparece como un peón global en una estrategia mayor contra China y Brasil en el Atlántico Sur.
Ojalá que quienes tienen la capacidad de decidir lo puedan ver, y no se den cuenta cuando todo sea demasiado tarde como para pensar en torcer rumbos.


