
El argentino Jorge Bergoglio, el enorme Papa Francisco, yace en su tumba. Fue despedido en un funeral que reunió a más de 70 Jefes de Estado, de Gobierno y monarcas. Más allá de la poco feliz actuación de la delegación del Gobierno argentino (que debió ser del Estado argentino, pero en ningún momento se le ocurrió a alguien que la oposición también forma parte del país), el funeral fue objeto de reuniones, declaraciones, movimientos y fotos.
Era más que claro que muchos de los mandatarios que coincidieron en Roma lo hicieron para obtener algún tipo de reunión con Trump; aparentemente el único que lo logró fue el Presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. Luego de esa reunión a solas (la foto habla por sí misma), Trump comentó a los periodistas a bordo del avión presidencial que un Zelenski “calmado” le había sugerido que estaba dispuesto a “ceder territorios” (Trump habló concretamente de Crimea) para resolver el conflicto con Rusia.
Pero casi inmediatamente, el canciller ruso Lavrov aclaró que “la paz necesariamente pasa por reconocer TODOS los territorios ocupados por Rusia”, es decir, Crimea, Lugansk, Donetz, Zhaporiyia y Jerson. Ni Lavrov ni Putin estuvieron en Roma. Tal vez porque la Iglesia Ortodoxa rusa jamás vio con buenos ojos que evangélicos o católicos crecieran en su propio territorio. De todas formas, la Ministra de Cultura rusa estuvo despidiendo al Papa.
Llamativa fue la declaración del Presidente francés, Macron, quien entendió que era “una ofensa y de mal gusto” hablar de reuniones políticas en el contexto de un funeral. Tal vez deba decirse que fue una de las pocas personas que estuvo en el momento en el que debía estar (y donde las autoridades del país donde había nacido el fallecido Papa también deberían haber estado), junto con el Presidente de Brasil y la Primera Ministra italiana.
La presencia de Giorgia Meloni tiene que ver con no dejarle el protagonismo de estas jornadas al Partido Demócrata Cristiano, que en estas circunstancias cobra un fuerte impulso; su presencia -impecable, debe decirse-, fue no sólo la del Gobierno italiano, sino también la del espectro político de ese país.
La asignación de asientos para la despedida final del Papa Francisco puso a Argentina cerca de Italia -previo abrazo efusivo y con posterior “almuerzo de trabajo”-, a España cerca de Estados Unidos y a Ucrania lejos de todo.
Allí, Donald Trump saludó afectuosamente a los Reyes españoles, con cuyo país no está teniendo las mejores relaciones, teniendo en cuenta la guerra comercial desatada a partir de los aranceles que impuso a media humanidad.
Pero tal vez lo más importante fue lo que ocurría “durante” el funeral, las “reuniones oficiosas” entre Cardenales de diferentes partes del mundo con la excusa de analizar la situación del mundo, qué posición debería tomar la Iglesia, y qué perfil debería tener el futuro Papa.
Así las cosas, Francisco dejó Roma con un mundo cuya realidad es preocupante. La renovada tensión entre dos potencias nucleares gobernadas por nacionalistas, la India y Pakistán, los rumores de que el Gobierno de Israel aplazó un ataque militar contra las centrales nucleares iraníes -con aval de EEUU-, la inconclusa guerra entre Rusia y Ucrania, las matanzas y guerras civiles en África, las desinteligencias en Europa frente a EEUU y entre los propios europeos, la creciente “barrera levantada” para la violación de los Derechos Humanos que las gestiones de Gobiernos de derecha está llevando a cabo, marcan la urgente necesidad de que el mundo vuelva a tener una voz que, amparada en el peso moral de la Iglesia, pueda lograr detener los niveles de locura a los que se está llegando.
Murió el Papa argentino, que por las mezquindades políticas por estas pampas decidió no volver al país. Murió en Roma. Una semana después de su muerte, algunos de sus detractores leían con espanto una de sus encíclicas, donde advertía sobre el manoseo del medio ambiente. 5 Estados europeos estuvieron casi un día sin energía eléctrica por cuestiones en las que cambios atmosféricos lesionaron las redes de alta tensión.
Parece que hasta la naturaleza está advirtiendo al Colegio de Cardenales que el Cónclave debe ser corto, y que no hay espacio ni lugar para alguien que desande un camino que, a juzgar por la realidad, sólo está a medio comenzar.
